Mi Arlequín.

Al llegar la noche y apoyar mi cabecita llena de ideas en la mullida  almohada, lo único que anhelo es tener dulces sueños, que mis ideas se coloquen en el sitio correcto y no despertarme durante la noche por un repentino :

-Tengo seeeedddd !!!-

Pero aquella noche pasó algo especial. Mis sueños hasta ese momento habían sido normales, algún día había sufrido con alguna pesadilla de las que hacen que los segundos sean seeeegggguuuunnnnddddooooossssss y las horas interminables.

Mi sueño empezó conmigo como protagonista. Estaba paseando sola por una especie de mercadillo, en una confluencia de calles. Era un sitio muy cuidado, nada sucio, nada vulgar. Los puestos tenían unos toldos blancos y manteles bordados sobre las mesas de exposición. Encima de las mesas encontré todo tipo de objetos, joyas de plata, flores, piedras semipreciosas, delicadas fragancias y exquisitas frutas. El olor era sin duda embrigador, una mezcla entre canela, jazmín, y violetas teñía el oxígeno de multiples tonos. Me sentía muy bien en ese lugar. Quería permanecer un rato en cada puesto y observar la armonía y el ambiente de fiesta que mis centelleantes ojos registraban almacenándolo todo en la parte «x a mano derecha» de mi cerebro…

La gente caminaba en una única dirección, y toda esa muchedumbre me empujaba suavemente, sin agobiar,  hacia una casa que estaba justo enfrente. Al llegar a la puerta de la casa miré a ambos lados. A la derecha había una pequeña sala de estar con una gran ventana que daba al mercadillo. A mano izquierda una estrecha escalera de 25 peldaños, al final de la escalera , un pequeño distribuidor, una consola con un tapete de encaje y un ramo de flores recién cortadas. No había luz, sólo un pequeño resplandor que venía del oeste del distribuidor. Yo estaba tranquila, un aire de aventura entraba por mi nariz para hacer cosquillas a mi parte de investigadora más al estilo «Colombo». A medida que me aproximaba me dí cuenta que en la primera sala habían dos mujeres ataviadas con trajes del siglo XVII, con pelucas blancas y trajes de colores. Estaban tomando el té. Yo estaba a su lado, desafiando con  mi ropa siglo XXI y mi aspecto de un futuro lejano que ellas no habrían podido ni soñar. Ni me miraron. Ajenas por completo a mí siguieron con sus confesiones en un tono dulce, con un volumen de un 3 sobre 10 de intensidad. Las observé durante unos segundos, y fui a la habitación del fondo, donde una suave música embriagaba mis sentidos, como si de un hechizo se tratara . Era una sala grande con suelo de parquet, grandes lámparas y espejos historiados en tres de las cuatro paredes. La cuarta pared era una gran vidriera, al otro lado se veía un luminoso campo, bañado por un sol sin legañas, con árboles frutales, y campesinos, niños y mujeres del campo vestidos de domingo. Los niños jugaban, los hombres charlaban, y las mujeres preparaban sentadas el pic-nic familiar debajo del árbol cuya sombra sin duda les era de buen cobijo.

Fijé mi atención en el baile. Los hombres y las mujeres del siglo XVI se deslizaban haciendo círculos por todo el salón. La belleza y la armonía del momento me conquistó, y sin dudar mi cuerpo empezó a balancearse de un lado para el otro, como bailando sin pareja.

De repente apareció en el baile un Arlequín, con la cara pintada de blanco y un traje de colores dorados , granate, blanco y plata. Llevaba guantes dorados con los que cogió mis manos y me invitó a bailar. Yo me resistí levemente al no saber los pasos de baile, pero no me hizo falta nada. Fueron dos segundos en el suelo, y mi Arlequín me elevó por los aires, bailando, bailando, sin parar de bailar. En un balanceo dulce y suave en el que mi cuerpo era puro éter. La sensación no era la de falta de gravedad, mi cuerpo estaba vivo, pero levitábamos bailando a cierta velocidad por el techo de todo el salón, sin chocar con nadie, sin tocar las lámparas… Yo le miraba intentando averiguar su identidad, pero sólo veía su tez blanca, sus ojos negros y brillantes que lejos de ser inquietantes transmitían mucha paz.

Al cabo de unos minutos en los que me sentía en una nube, sin preocupaciones, sin cargas emocionales ni físicas… la música paró.

Mi Arlequín me llevó en un terminal balanceo hasta el suelo, cogió mi mano derecha y la besó. Después se dirigió a la cristalera, la cruzó llegando hasta el campo y se fundió en uno de los rayos de sol. Como si fuera una extensión de esa luz de vida tan potente. No sé si fue un ángel, lo que sí tengo claro es que por unos minutos supe lo que era estar en el cielo…

2 respuestas to “Mi Arlequín.”

  1. VAYAA, parece pura poesia!!

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